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Entraron a nuestra casa cuando los dos dormíamos apretados al silencio (página 2)



Partes: 1, 2

Yo la escuchaba como ido, más cerca del recuerdo de los
golpes en la puerta, presintiendo que el miedo volvería en
otra carcajada, cuándo -repentinamente- escuché una
voz distinta y comprendí que Jorge había
vuelto.

Llegó excitadísimo; lo adiviné
porque hablaba agitadamente como si el tiempo
persiguiera sus palabras.

En medio de quejidos malhumorados, comenzó a hablarle a
mi madre de extraños sucesos; que había descubierto
acontecimientos políticos temibles; que la región
patagónica estaba dominada por fuerzas desconocidas y que
toda la clase
dirigente del país colaboraba directa o indirectamente con
el enemigo. Creo que mi madre  no comprendía a que se
refería Jorge. Yo tampoco sabía que era aquello de
la Patagonia, ya
que nunca antes había escuchado esa palabra.
"¿Quién es el enemigo?", acotó de
pronto mi madre, partida por la duda. Momentos en que Jorge se
apresuró a responder que por el momento no podía
precisarlo y menos ahora que había renunciado a su
condición de agente de Inteligencia
del Estado.

También comentó que aquellos a los que les
decían chupados, conformaban parte de la resistencia
patriótica, y que no podría quedarse mucho tiempo
porque "… seguro que los de
Inteligencia me andarán buscando
",
sentenció.

Esa noche- como siempre ocurría cada vez que él
se quedaba a dormir en casa- volvieron a dormir juntos; y
también como siempre, no pude evitar la sensación
de abandono al sentir que los dos se abrazaban intensamente.

Cierto es que no podía verlos, pero intuía que
sus cuerpos-uno sobre el otro- se movían y jadeaban en
medio de palabras densas y asfixiantes.

A través de mi madre, yo olfateaba la carne
húmeda y caliente, los cuerpos de ambos, moviéndose
hacia arriba y hacia abajo en un jadeo que crecía y
crecía hasta ahogarse en un largo y formidable grito
compartido (ésos eran  los momentos  en que
más sentía que rechazaba a  Jorge).

A la mañana siguiente, después de sentarse al
lado de mi madre, Jorge comenzó a darle una serie de
recomendaciones, con más soltura en su voz. Por sobre
todas las cosas, le pidió que negase todo en caso de que
los tipos lograran entrar en la casa. "¡Yo ya no
existo!"
-gritó -;  "… yo te dejé con
el crío y nunca más me viste. ¿De acuerdo?
Sólo van a querer asustarte…"

Luego, poco antes de marcharse, reflexionó: "Dios
mío, Nury, es una lucha terrible porque ellos tienen el
aparato y ahora no es como antes de la guerra. Ahora
son estas malditas corporaciones sin bandera que…"
y Jorge
no pudo continuar porque mi madre comenzó a llorar en
silencio. En esos momentos, nada me resultó más
impotente que sentirme ciego y mudo.

Cuando Jorge logró calmarla-después de musitar
un sentido hijo mío mientras nos abrazaba a los dos
– me pregunté cuánto faltaría aún
para que el doctor me diera la luz y la
palabra.

…………………………………………………………………………………………………..

Ellos regresaron. Forzaron la puerta y entraron a nuestra casa
cuando los dos dormíamos apretados al silencio.

Llegaron en medio de un ruido
creciente y pronto comenzaron las preguntas a mi madre:
dónde estaba Jorge; que actividades tenía ella y
quienes eran los otros dos subversivos que los secundaban. Y mi
madre, que casi no podía hablar porque la angustia le
tapaba la boca, apenas pronunciaba palabras incoherentes.

Pronto comenzaron los golpes y uno de ellos le recalcó
que si no les decía donde estaba Jorge, "… vamos a
reventar a tu hijo
" y al instante dijo otro: "Je, je; te
conviene hablar  puta, porque después que te montemos
vamos a destrozar a tu pibe con este hierro.
¡Éste! ¡Éste!  ¿Lo ves
bien? Con éste te lo vamos a reventar…  ¡A
ver si me la dejan quieta que yo voy a ser el primero en
montarla,
carajo!".

Y de pronto mi madre se abrió a un grito tan hondo que
yo sentí que algo se desprendía de mi carne cuando
los latidos de su corazón
volvieron a repercutir como graves y sonoros golpes en mis
oídos y ya no pude evitar que el miedo frío y
pegajoso se deslizase por mi piel mientras
mi madre continuaba inmovilizada sin poder ver que
le hacían esos hombres sólo oyendo su espantoso
grito que surgía del fondo de sus entrañas y yo
quería gritar y no podía hasta que unos de los
hombres pidió que trajeran el hierro y entonces sin saber
porque quise aferrarme a algo moviendo los brazos hacia arriba
tratando de escapar a ese hierro puntiagudo que pronto
desgarraría mis carnes a través de la vagina de mi
madre.

 

 

 

 

Autor:

José Manuel López Gómez

lopezgomez7[arroba]hotmail.com

Escritor argentino nacido en España

www.sanesociety.org/es/JoseManuel

Partes: 1, 2
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